jueves, 24 de enero de 2019

Yo no tengo gatos

En este momento mi gato come el resto del yogurt que dejé en el traste. No debería ser importante salvo por el hecho de que no tengo gatos, aunque sí como yogurt. Hace algún tiempo decidí vivir aquí, en Mérida, no porque fuera un lugar hermoso lleno de historia y cultura o porque aquí hubiera caído el meteoro que mató a los dinosaurios. No. la razón de mi elección es que vivir en los otros lados traería consecuencias que no quería afrontar. Soy demasiado limpio para vivir en uno de esos nosocomios en donde todos caminan como zombies con la garganta atiborrada de haldol y los ojos como los del meme ese de Selena Gomez como si tuvieras principios de conjuntivitis. Tampoco me atrae la idea de no tener cerca aparatos electrónicos que nunca uso o tener que aguantar que la gente me vea cagar, eso es algo que realmente no soportaría. Así que la idea de vivir en Mérida con sus 45 grados de calor en mayo y su frío entrecomillado en enero parecía un buen trueque a cambio de algunos lujos que tienen la facha de valer la pena. Pero ciertamente me cuesta entender por qué elegí seguir aquí. Digo, también tengo gatos y no sé como rayos sucedió... pero sí, tengo gatos, y para que no haya duda tengo seis y son como yo me los imagino. De igual manera tengo perros, tres entre semana y cinco los fines de semana... y una chiva que es la que hace entender que tengo que estar en un baile alucinógeno de la puta madre para que tenga sentido. De cualquier manera este espejismo lleno de animales, una profesión imaginaria y un devenir controlado parece la cárcel perfecta. ¿Qué más puedo pedir? Es un buen negocio para no estar consciente de lo que realmente sucede. Y no es que elija la píldora diferente como en matrix, es que es esto es lo que quedó al decidir no ser infeliz pero la verdad es que no me explico cómo sigo aquí. ¿Puedes creerlo? no hay mucho más que esta fantasía que no represente más que un deseo terrible de no estar. Pero ya hace muchos años que dejé de desear la muerte. A alguien, que no recuerdo, le prometí no pensar en ello y por alguna razón me es fácil cumplir la promesa. Es lo que pasa a veces con las promesas: en realidad nunca las cumplimos porque el hacerlo significa que en realidad siempre pudimos hacerlo, así que la promesa es sólo un pretexto para hacer lo que siempre habíamos querido pero necesitábamos que alguien pensara que es lo suficientemente importante para cumplirla por él o ella. En este caso si creo que la persona sí es importante, pero la promesa quizá cumpla esa misma lógica; sí, el que sea importante no quita el hecho de que siempre lo haya deseado. Porque era divertido ser el raro que deseaba morirse, como Kurt Cobain, pero necesitaba pasar algo importante para pensar que ya no era tan cool... y que más cool que formar parte del club de los 27 que el amor, sobre todo cuando tienes 28 y no tienes ni los discos de platino ni la banda ni el talento para conseguir el éxito en la música, así que no te queda más que ser algo diferente a un rock star suicida. Ahora podría ser autor de novelas juveniles, al estilo JK Rowling, y lo interesante es que no no hay gatos en esas historias que me creo en mi cabeza, excepto Romina, que es como lo que Emilia, mi gata, escribiría de una gata interesante. Pero la realidad es que no lo sé. No sé qué se supone que hago viviendo aquí más allá que estar con el pretexto por el cual no me maté en la adolescencia, ni decidí atragantarme con haldol o pasar la vida sedado, que ahora que lo pongo en esas palabras, no suena tan mal la idea. Entonces el calor no es el motivo, ni la cultura maya, ni que sea la ciudad más segura de México, ni los pretextos o los lujos. Pero tengo gatos, y los gatos comen yogurt o eso he leído en la internet. Así que mi gato está comiendo yogurt en este instante. Pero yo no tengo gatos... o no debería tenerlos... ¿o sí? ¿qué pasó? 

Un día sin dramas

Hay formas diferentes de hacer las cosas; siempre. No hay mucha manera de meterse en un callejón sin salida por equivocación, entonces. Sólo puede ser por voluntad propia. Por ganas de hacer un capítulo interesante en las historias de nuestros personajes. Pero somos unos autores terribles. Estamos muertos de miedo de matarnos en el proceso de hacer algo interesante de nosotros mismos así que nos jugamos el culo diciéndonos que tenemos una vida emocionante. Jugamos al drama, al fin del mundo, a las reconciliaciones y los finales absolutos, a la muerte de dios. Y es que qué sería de nosotros sin un script barato. Probablemente tendríamos que mirarnos las caras asintiendo y repitiendo todo está bien... todo está aburrida y jodidamente bien. 

 Me pasa seguido que veo a mi alrededor pudiendo dejar pasar mil cosas sin hacer aspavientos, sin hacer malas caras ni andar mentando madre a diestra y siniestra. Qué aburrido. El chiste de todo es ver a aquel gordo nefasto y pensar que seguro no logra verse el pito al bañarse, o levantarle el dedo al operador del autobús cuando no respeta la parada, o tildar de pendejo a cada persona que considere que se lo merece De verdad, podría dejar pasar la lentitud de la fila del banco, los precios estúpidamente caros de las tiendas extras o el el asqueroso calor meridano si no tuviera una extraña satisfacción ese gruñido. También habría cosas que podrían no hacerme sentir triste pero se los permito. Sí, triste... y sin ellas también me sentiría aburrido. A veces busco pretextos absurdos para llorar, como si mi cuerpo necesitara una especie de limpieza cuyos residuos salieran por los ojos, como para que no se acumule y tuviera que tomar una liga y entrar a la oficina lanzando "tacazos" tipo Columbine sin muertos. 

Pero el drama es controlado. Por lo menos para mí. A veces me parece que hay personas que se lo toman muy a pecho, como si el mundo realmente se acabara cuando nunca es así. Digo, no soy un triceratops viendo con los ojos húmedos que una masa incandescente se aproxima a la tierra donde vivo. No. Cuando mucho puedo ser un patético rogón desamoroso, o un estudiante presentando su cuarto examen extraordinario, o un criminal que lo agarran con las manos en la masa... pero no estoy haciendo un arca para meter animales de cada especie en ella, ni soy Bruce Willis viajando al espacio a taladrar un asteroide, mucho menos un nerd super cool con un equipo de rayos de protones en la espalda enfrentando a Grul "el destructor" en la azotea de un edificio.  La vida no se acaba si tomo una mala decisión, ni nadie muere si no le hago caras al gordo que no alcanza a mirarse el pito. 

Y no digo que no haya motivos de preocupación y ocupación. Entiendo que hay profesiones y prácticas de las cuales dependen vidas, también errores garrafales que las destruyen, guerras entre países, borrachos idiotas, inseguridad y crisis económica. Entiendo que hay muchas cosas por las que vale la pena hacer drama. Pero los callejones sin salida, esos jugueteos de culo sin sentido, no son involuntarios: son a propósito, con esa deliciosa sensación de hacer olas en un vaso de agua que no sirven para nada pero parecen ser necesarios. 

Miento luego existo

En los últimos días he estado pensando mucho en la mentira necesaria. La mentira la veo irrenunciable más por la imposibilidad de alcanzar la verdad que por ser una decisión, un acto de maldad. Parecería que las mentiras es lo único que tenemos de cierto... parecería.

Pero mentir es un acto de creación, la obra de grandes artistas. La sola mentira no basta, hace falta también creérsela. Si se sonríe nervioso o se tartamudea ya no funciona porque nos delatamos, generamos sospecha y no faltará quien nos señale burlándose de lo obvio de nuestras mentiras. Pero cuando lo hacemos bien, cuando mentimos mirando a los ojos,  y convencemos al otro (y a nosotros mismos) de nuestras falsedades, podemos general realidades tan fuertes y perfectas que guían nuestros entendimientos, nuestros juicios y puntos de vista. Realidades que olvidamos que inicialmente fueron mentiras, justificadas o no, pero mentiras sobre las cuales vivimos, pensamos y actuamos. Y entonces, se vuelven verdades sobre las que podemos escribir nuevas mentiras. Pero esto no significa que, por ser mentiras, sean maldades o tengan la intensión de engañar para dañar, sino una manera de explicar llena de las falsedades que nos convengan decir sobre lo que vemos y lo que somos. 

... y a veces nos convienen cosas que a otros no; y esto es tan cierto como jodido. Simplemente no se puede ir por la vida sin tocar a los otros con nuestras mentiras. Si soy o no soy buena persona es lo de menos, lo importante son las mentiras que pueda o puedan llegar a decir sobre mí, y que éstas sean absolutas, creíbles y, sobretodo, verdaderas. 

Soy las mentiras que digo y dicen sobre mí y te creo (o no) las que dices, dicen y digo sobre ti. Porque si no fuera así enloqueceríamos. No podríamos confiar en nadie porque en la realidad sucedemos sin explicaciones ni realidades, llenos de mentiras descaradas y verdades incompletas que, entonces, también son falsedades.

Pero hay buenas noticias: en un mundo en el que no se puede confiar en nadie, ni en dios, el más perfecto mentiroso, no cabe dejar de preguntarse. No hay un "ya te conozco" no hay seres estáticos y conocidos, no hay los "dejemos que todo se lo lleve la chingada" porque si me conformo con las verdades mentirosas que me ofrecen los otros (y las mías propias) entonces puedo bajar los brazos y dejar de indagar, conversar, conocer y simplemente me dejaré ir por el camino que creo conocer entregándome al río de mentiras que me complacen y me acomodan. 

¿Esto se vale? Por supuesto. Y lo contrario también. 

Conversar puede ser un gran y "tramposo" negocio.

Soy psicoterapeuta... y siempre he dicho que mi trabajo es "tramposo". Pero no por ser deshonesto o por vender espejitos. No. Digo que es tramposo porque el psicoterapeuta cobra dos veces por el trabajo. Me explico mejor:  mi trabajo es crear espacios conversacionales que, de alguna manera, sean útiles para mis clientes. Y sí, mi trabajo es brindarle a quien me contrate, a través de las conversaciones, alternativas para sus situaciones de vida o su propio conocimiento. Sin embargo me queda claro que en esa transacción de puntos de vista, a parte de lo honorarios que recibo, hay una ganancia un tanto no declarada: muchas veces las conversaciones me sirven igual o más que a ellos. Y esto se maximiza mientras más gente haya en la charla.

Súmenle que me gusta hablar en público. Hace tiempo que descubrí esa comodidad al "estar frente a grupo" como le decimos los psicólogos. No sé si lo que hago es docencia, porque realmente no me ando fijando si hago o dejo de hacer esto o aquello al momento de trabajar con grupos, lo que sí sé es que me gusta charlar y me gusta hacerlo en grupo. Es a través de las conversaciones (y no de la instrucción) que consigo compartir lo que pienso y eso, de entrada, lo hace un gran negocio, porque al compartir las ideas e invitar a charlar sobre ellas permites que alguien te diga "Christian, lo que dices es una pendejada..." y que, mejor, tenga razón. Esa la manera en la que más cómodo me siento, porque sé lo que yo sé pero, obviamente, no sé lo que los otros saben. Aunque he descubierto que esta obviedad no la es para todos. 

De hecho, esta manera de trabajar, para aquellos que conozcan a Harlene Anderson, seguramente les resultará un argumento que se ha dicho una y mil veces cuando se habla de colaboración: la posición de no-saber es una postura que invita a conocer al otro en el proceso buscando, por un lado, soltar las ideas previas que se tenga sobre la persona o, cuando esto no se pueda, hacer transparente esta dificultad. Esto, trasladado al aula, puede entenderse como una renuncia a la autoridad, como una continua invitación (o reto) para los conversadores a criticar lo que se dice, a exponer su punto de vista y desarrollar argumentos que engrosen, complementen, difieran o, incluso, invaliden lo argumentos que el facilitador propone. Y eso, como en la terapia, es un trabajo tramposo. 

Sí, para mí, esto es un truco, casi una trampa, porque, seamos honestos, ¿quién quiere que le reten sus ideas, que le digan que durante algún tiempo (horas o años) ha estado pensando pendejadas y creyendo en chaquetas mentales que son fácilmente invalidados en un par de palabra?: bueno, yo. Pero, de nuevo, recurriendo los clichés, esto es sólo la mirada con unos anteojos particulares. De la manera en la que lo veo, el que cuestionen tus puntos de vista puede ser lo mejor que puede pasarte, ya que terminas cambiando, adaptando modificándote, reutilizando ideas, plagiándolas y, de alguna manera, haciendo que tengas más cosas que decir durante la charla con ese u otro grupo. 

Lo anterior me hace recordar que alguna vez alguien me preguntó "¿Por qué sistemáticamente le das el beneficio de la duda a todo?" y creo que tiene que ver con mi gusto y comodidad por el cambio, por la movilidad de las cosas, por el disfrute de sacudir la canasta y por los cambios abruptos y provocados. Aun me dan miedo los otros cambios, los llamados imponderables, esos sobresaltos fuera de mi control, sin embargo, los permitidos, motivados y buscados por mi les doy una bienvenida bárbara ya que, como he dicho miles de veces, si no creyera que la gente puede cambiar no me dedicaría a los que me dedico. 

miércoles, 23 de enero de 2019

Paquete Infinitum de la felicidad

En Mérida se vende un paquete para ser feliz. Digo que es en Mérida porque es donde vivo y más o menos conozco, no sé si este paquete se vende en el resto del país u otros lugares del mundo; supongo que habrán sus variaciones, similar a lo que sucede con platillos "tropicalizados" de las cadenas de comida rápida. Bueno pues, el paquete especial es muy sencillo y bastante fácil de conseguir. Consta de un matrimonio, hijos, una casita, algún vehículo motorizado y un trabajo estable que te permita jubilarte a las 60 años. Y me encanta este paquete, en verdad. Es sumamente seductor y tiene una campaña publicitaria de las más ingeniosas del mundo superando al Totalmente Palacio o a los anuncios amarillos de las Librerías Gandhi. También me gusta porque es una manera sencilla de no deshilacharse la cabeza pensando qué diablos haré con mi vida, y eso se agradece. En un mundo con tan pocas respuestas se debe uno sentir tranquilo que al menos hay un plan.

Claro, este paquete tiene variaciones y diferentes presentaciones dependiendo de los gustos, las preferencias y el nivel adquisitivo (tal como los paquetes de telefonía). Hay, por ejemplo, la presentación para la clase media, la más conocida, que promete (y cumple) con tener vacaciones en un all inclusive en la Riviera Maya y navidades y años nuevos rodeado de la familia extensa (quieras o no convivir con ella). La idea es muy simple: pórtate bien, sigue las reglas, trabaja duro y tendrás todo el paquete. Y, de nuevo, me encanta que este paquete exista. No entiendo a la gente que pide que el paquete sea abolido. No es necesario que la configuración de la felicidad (o la promesa de ella) sea algo demasiado elaborado, o demasiado complicado que sea frustrantemente imposible. Lo grandioso de ese paquete meridano de felicidad es que es como un puesto de cochinita pibil en domingo, puedes llegar a él incluso por accidente, sin realmente intentarlo o buscando francamente otra cosa, te lo topas. Es tan sencillo que todas las instituciones están configuradas y diseñadas para conseguirla y preservarla, de tal forma que no existen trabas gubernamentales o sociales que te impidan tener ese paquete. Parece una idea redonda. ¡Me encanta!

En este punto quiero remarcar, nuevamente, que es maravillosa la plenitud que se alcanza con ese paquete de servicios. Esa increíble sensación de sentirte parte, de cumplir las expectativas tuyas y de los demás, de tener a alguien que te cuide y a quienes cuidar. No pienso en puntos específicos o vivencias específicas, eso varía de persona a persona, pienso en las sensaciones al obtener el paquete y la tremenda plenitud al voltear la vista y mirar que poseemos cada elemento. Lo comparo con la sensación que tenía el día previo al inicio de curso escolar cuando llenaba mi mochila de los útiles nuevos y sabía que llevaba todo, incluso el juego de geometría que sabía no usaría ese día pero, quién sabe, a lo mejor urgiría realizar el cálculo de alguna hipotenusa. Era una sensación de plenitud al ver que todo estaba en orden, que tenía todo lo que me habían pedido por la escuela lo que haría que me dieran el nombre de estudiante y que pudiera compararme con otros menos aventajados en la lista de útiles o sentirme mal ante los que forraron sus libros con plásticos más fashion. Por eso lo entiendo y me gusta esa sensación.

Por eso siento que no le pediría a nadie que no buscara esa sensación de bienestar o satisfacción en este paquete; ¿quién soy yo para decirle a alguien si cómo vive es bueno o malo?, pero me pregunto qué pasa con las personas que este paquete no les provoca esta sensación. No sé si sean (seamos) tercos o testarudos, o quizá, como en mi caso, obtenemos el paquete y después del emocionante unboxing resulta que no nos emociona lo que hay en la caja, no porque no sea bueno, simplemente porque no lo hay, no se siente bien, no funciona.

 El paquete de felicidad, con sus diferentes presentaciones, tan sencillo y alcanzable, es muy buena idea pero no por eso deja de ser un monopolio de la felicidad. Un contrato con muchas letras chiquitas y pagos difíciles de seguir. Es un gran producto, claro, pero no sé si para todos y en todo momento. 

miércoles, 14 de septiembre de 2016

Éxito, Psicoterapia y Caca de Gato.

¿Qué sucede en la psicoterapia?

Bueno, la respuesta corta es que se genera un espacio de conversación en donde se habla de formas diferentes a las que se han hablado antes. Esa es la versión corta; la larga, obviamente, va más allá de conversar: para el terapeuta implica muchas horas de preparación y capacitación, genuina curiosidad y estar siempre listo para ser sorprendido... incluso por historias que creemos ya conocer; para el consultante, un viaje lleno de incertidumbre y que requiere mucho valor. Y mis consultantes habitualmente son muy valientes.

Hablamos pues de formas en las que no se hablan habitualmente.

Pero ahí podemos caer en una pequeña trampa.

¿Basta con decir que todo estará bien para que así sea? La verdad, no creo. Pero sí pienso que se puede hablar diferente sobre las cosas que nos aquejan. Y no hablo de "decretar" algún regalo del universo o convencerse de que uno puede hacer algo repitiéndolo muchas veces como mantra. No.

Hablo del trato que le damos a los éxitos chaparros que se paran de puntitas detrás de los altotes, fortachones y bravucones relatos de desaprobación, de fracaso y dolor.

A mí me encantan las conversaciones que contienen historias de éxito, los testimonios de aquellas personas que salieron de situaciones tan dolorosas que no tengo forma de imaginármelas y que, sin embargo, no se detuvieron y siguieron luchando.

Pero las historias de éxito no andan caminado por las calles esperando a que uno las salude. De hecho, por alguna razón que aún no logro entender, las historias de éxito se niegan a ser vistas. Habitualmente se esconden detrás de cientos de historias que relatan cosas totalmente contrarias: los peores momentos, las peores tragedias, las cosas más dolorosas son el árbol tras el cual las historias de éxito se esconden para no ser vistas. Qué ironía que sean estas historias las que estorben para ver las alegrías, las oportunidades, los esfuerzos, los logros.... ¡vaya que somos raros!

Algunas personas me dirán que, a veces, existe quien sólo eso tiene y que, de una manera u otra, es un acto de fe el mío, eso de pensara que todos tenemos historias de éxito esperando a ser encontradas detrás de tanta tragedia. Y yo les responderé que sí, que puede ser, que es probable que lo mío sea fe pero sólo investigando sabré si es así y al final, en el caso que no existan historias de existo, será como aquel día que descubrí que mi boca sabía a caca de gato.

En enero del 2015 dejé de fumar. Lo hice porque mi boca sabía a caca de gato. Decidí tirar una cajetilla de marlboro rojos casi completa al terminar el último segundo de un entrenamiento particularmente exigente. En ese momento me quedé sentado en el piso, con la mirada desenfocada, y lo único que alcancé a ver fue el destello rojo de la cajetilla que estaba en mi escritorio. Fue en ese momento que un líquido sabor caca de gato subió por mi esófago y llenó mi boca. No tengo idea de que fuera ni que implicaba para mi salud, lo que sí supe en ese momento es que tenía que ver con el tabaco.

Esa es la historia, muy simple, tan simple que la conté en un solo párrafo, sin embargo, lo importante está en las charlas que tuve a partir de esta historia. Hubo alguien que me hizo preguntas sobre esta historia, otra sacó conclusiones sobre mis razones, una más predijo que regresaría a fumar en unos días, alguna más me dio consejos de cómo aguantar y recuerdo una última que me felicitó. Curiosamente (quitando a aquella que predijo mi estrepitosa caída) esas son maneras muy rudimentarias de hacer psicoterapia desde diferentes enfoques: preguntar, interpretar, hablar de estrategias y "coachear". Formas sin "técnica" o una intención planificada que, sin embargo, ayudaron a hacer de esa historia simple, la que puedo poner en un párrafo, una historia que motive, año y medio después, una entrada de mucho más de un párrafo en ese blog.

Entonces las historias de éxito están ahí, escondidas tras todas las ramas de los relatos "fracasantes" o dominantes que parecen saturar la vida. Y si no las hay, habrá que construirlas. No requiere mucho, a veces tan sólo basta un párrafo, una línea, una palabra que sea el pretexto para conversar sobre ello y hacerla más grande, más fuerte, más poderosa. Tan poderosa que pueda tumbarle los dientes a esa historia estorbosa que llena nuestra boca de un líquido sabor caca de gato.

Agarremos pues ese pretexto y conversemos sobre él; hagámoslo grande. Que una gran historia siempre empieza con una palabra, una línea o un párrafo.

martes, 30 de agosto de 2016

Conversar: un gran y "tramposo" negocio.

Soy psicoterapeuta... y siempre he dicho que mi trabajo es "tramposo". Pero no por ser deshonesto o por vender espejitos. No. Digo que es tramposo porque el psicoterapeuta cobra dos veces por el trabajo. Me explico mejor:  mi trabajo es crear espacios conversacionales que, de alguna manera, sean útiles para mis clientes. Y sí, mi trabajo es brindarle a quien me contrate, a través de las conversaciones, alternativas para sus situaciones de vida o su propio conocimiento. Sin embargo me queda claro que en esa transacción de puntos de vista, a parte de lo honorarios que recibo, hay una ganancia un tanto no declarada: muchas veces las conversaciones me sirven igual o más que a ellos. Y esto se maximiza mientras más gente haya en la charla.

Súmenle que me gusta hablar en público. Hace tiempo que descubrí esa comodidad al "estar frente a grupo" como le decimos los psicólogos. No sé si lo que hago es docencia, porque realmente no me ando fijando si hago o dejo de hacer esto o aquello al momento de trabajar con grupos, lo que sí sé es que me gusta charlar y me gusta hacerlo en grupo. Es a través de las conversaciones (y no de la instrucción) que consigo compartir lo que pienso y eso, de entrada, lo hace un gran negocio, porque al compartir las ideas e invitar a charlar sobre ellas permites que alguien te diga "Christian, lo que dices es una pendejada..." y que, mejor, tenga razón. Esa la manera en la que más cómodo me siento, porque sé lo que yo sé pero, obviamente, no sé lo que los otros saben. Aunque he descubierto que esta obviedad no la es para todos. 

De hecho, esta manera de trabajar, para aquellos que conozcan a Harlene Anderson, seguramente les resultará un cliché, un argumento que se ha dicho una y mil veces cuando se habla de colaboración: la posición de no-saber es una postura que invita a conocer al otro en el proceso buscando, por un lado, soltar las ideas previas que se tenga sobre la persona o, cuando esto no se pueda, hacer transparente esta dificultad. Esto, trasladado al aula, puede entenderse como una renuncia a la autoridad, como una continua invitación (o reto) para los conversadores a criticar lo que se dice, a exponer su punto de vista y desarrollar argumentos que engrosen, complementen, difieran o, incluso, invaliden lo argumentos que el facilitador propone. Y eso, como en la terapia, es un trabajo tramposo. 

Sí, para mí, esto es un truco, casi una trampa, porque, seamos honestos, ¿quién quiere que le reten sus ideas, que le digan que durante algún tiempo (horas o años) ha estado pensando pendejadas y creyendo en chaquetas mentales que son fácilmente invalidados en un par de palabra?: bueno, yo. Pero, de nuevo, recurriendo los clichés, esto es sólo la mirada con unos anteojos particulares. De la manera en la que lo veo, el que cuestionen tus puntos de vista puede ser lo mejor que puede pasarte, ya que terminas cambiando, adaptando modificándote, reutilizando ideas, plagiándolas y, de alguna manera, haciendo que tengas más cosas que decir durante la charla con ese u otro grupo. 

Lo anterior me hace recordar que alguna vez alguien me preguntó "¿Por qué sistemáticamente le das el beneficio de la duda a todo?" y creo que tiene que ver con mi gusto y comodidad por el cambio, por la movilidad de las cosas, por el disfrute de sacudir la canasta y por los cambios abruptos y provocados. Aun me dan miedo los otros cambios, los llamados imponderables, esos sobresaltos fuera de mi control, sin embargo, los permitidos, motivados y buscados por mi les doy una bienvenida bárbara ya que, como he dicho miles de veces, si no creyera que la gente puede cambiar no me dedicaría a los que me dedico.